cueRtos

sábado, febrero 12, 2005

Arrepentimiento


-Padre, perdóneme: ¡he pecado!- exclamé, en un súbito rapto de compunción.
El sacerdote estaba inmóvil en su casilla de confesor, frente a mí.
-Tenga piedad de este miserable gusano... ¡no me niegue su absolución!-imploré. Los ojos fríos del padre estaban fijos en mi rostro; pero nada me respondía.
-¡Oh!... ¡Qué torpe y perverso he sido, frágil hoja de alerce, juguete inerme en el torbellino de mis innobles pasiones! ¡Violento y cruel, irreflexivo, temerario desafiador de la ira de Dios!... El sacerdote ni se movía.
-¡Malhaya la hora en que permití a mi mano volar a la espada! ¡Malhaya mi sangre española, heredera de endriagos milenarios! ¡Malhaya mi facilidad para la estocada!... Nada me decía.
-Padre... ¿no ha de perdonarme? ¿Va a dejarme cargar por siempre con esta cruz en mi conciencia? ¿Tan terrible fue mi pecado?...
Tal iba a ser mi destino, al parecer, pues el cura no modificó ni un ápice su fría expresión. Me retiré, entonces, acongojado y llorando. Por desgracia, mi estocada había sido demasiado certera. Su corazón, agujereado, ya no le daba vida para responder.

El ventrílocuo

Leonardo Simons presentó a Chasman, quien se introdujo en cámaras sonriendo y saludando a los aplausos con un brazo. En el otro llevaba, colgando, a Chirolita.
Comenzó el diálogo.
-¿Cómo era el nombre de ese bolero, que cantaban Los Panchos? -preguntó Chasman. A pesar de sus esfuerzos se notaba moverse un poco la comisura izquierda de su boca.
-¡Como la miedra! -contestó, resuelto, con voz ronca, Chirolita.
-¡Nooo! -dijo Chasman, echando una mirada que buscaba cómplices alrededor.
-No, Chirolita: «Como la hiedra»... «Como la hiedra».
El número siguió en ese estilo, durante unos minutos. Gran éxito de público. Los chistes, que se venían contando desde los años 50, aún resultaban. En realidad, lo que maravillaba al público era la magia de ver hablar tan verazmente a un muñeco.
Entre los aplausos, las piernas bronceadas de la rubia circunstancial y la sonrisa de Simons, Chasman y Chirolita se retiraron.
En el camerino, Chasman depositó en el suelo a Chirolita, se sentó sobre un taburete frente al espejo y se sacó la camisa.
Entonces Chirolita, dando una vuelta a su derredor, le abrió una pequeña puerta que tenía en la espalda. Después de desconectar las pilas de su batería, no sin esfuerzo, guardó a Chasman en un lugar especialmente acondicionado del ropero. Y salió rumbo a su casa, para descansar.

La Paja del Ojo

Germán Loy tuvo la posibilidad de editar una revista perfecta. Púsole de nombre "La Paja del Ojo" (por aquello de la vieja sentencia, y también porque sería un verdadero eretismo para la visión). Polisémico sentido.
No crean que exagero. La revista era un regodeo para los ex-tetas. Los llevaba al límite.
En la tapa, verbigracia, solían alternarse los Rúbens, Boticelli, con las mejores fotos de Drtikol, Vallejo, Deborah Tuberville: salpimentando, Boccioni, Aleksander Archipenko, Giacomo Balla, Carlo Carrá, Rougena Zatkova... ¡para qué seguir! Todo en huecograbado, papel ochenta quilos, cada número venía en caja de cartón.
El primer número detuvo los latidos de varios. De Leopoldo Marechal, incluía dos poemas en cuerpo doce; Marinetti, un poema, Juan L. Ortiz, un poema. En ficción, contaba con cuentos de Juan Bautista Zalazar, Diana María Noronha, y un inédito de Alberto Moravia. Artículos: La influencia del barroco medieval en América, Alejo Carpentier, Filosofía y Cultura, Luis Jorge Jalfen.
Era... cómo decir... como si a Marisa Berenson veinteañera le hubieran injertado el talento de María Callas y la inteligencia de Marguerite Yourcenar.
En la Academia de Bellas Artes se formaron grupos para degustarla de consuno. La Paja del Ojo salía trimestral. Se esperaba su llegada con ex, pec, tación.
Asesor visual: Carlos Alonso. Asesor literario: Juan José Arreola.
Diagramador: Fattoruso. Germán Loy estaba que no cabía en mí de gozo. El éxito había sido rotondo.
Pero duró poco.
El problema empezó con la preocupación de los directivos de Bellas Artes (quienes, obviamente, no eran artistas). Los alumnos se desviaban: gozaban. Esa inquietud fue llevada al concejo deliberante, que en pleno consideró propicia la cuestión para aumentarse las dietas. De allí pasó a la legislatura. Los di, puta, dos, luego de imitar el edificante ejemplo de sus colegas conce, já, les -en lo referido a las dietas-, pasaron el asunto a comisión, con lo cual se dio oportunidad de crear cinco nuevos cargos de secretarias y taquígrafos. Finalmente el asunto fue a recalar en el Ministerio del Interior.
El impertérrito, previa consulta a la Suprema Corte, ordenó ipso pucho clausurar La Paja del Ojo.
Razones: ningún Derecho, desde el Mosaico hasta el Romano, el Francés ni el Johnsoniano, contemplaban en sus articuliados la posibilidad del orgasmo colectivo. Por tanto, no existía. Y un hecho que no existe, no puede seguir sucediendo. Ergo: La Paja del Ojo, no podía seguir saliendo.
Germán Loy se preguntaba, tristemente, si luego de haber beneficiado a tantos legisladores no merecía se hubiera decretado algún arti (culito) ad-hoc. O al menos que, personalmente, lo pensionaran por inhabilitación ex-tética. Y mientras esto pensaba, untaba, con chimichurri, el panchito, que ofrecía al gusto popular en la bizarra esquina de Sarachaga y Fragueiro.


Fernández, en junio de 1988.

Tribulaciones de un escarabajo


Gregorio Samsa patalea panza arriba, mientras lo ataca una legión de hormigas coloradas. Los animales, seguros en su superioridad numérica, avanzan sin apuro, con las fauces abiertas. Gregorio se siente al borde de la desesperación. Lo inmovilizan el cansancio y el pavor, y se queda quieto, entregado a su suerte.
En eso ve unos inmensos pedúnculos rosados, que lo toman con firmeza, pero sin lastimarlo. Se siente levantado. Sin transición se ha incorporado a su mente otro temor. Pero al menos -piensa- me han sacado del peligro de las hormigas.
La fuerza lo deposita en una jaula transparente. En los rincones, hay comida. Gregorio comprende que ha sido hecho prisionero. La angustia parece no tener fin. Pero se consuela, diciéndose que es preferible estar preso y no despedazado.


* * *

El doctor Juhazs, entomólogo, se despertó en la noche al oír un fuerte ruido que venía de su laboratorio. Cuando abrió la puerta encontró, entre los tablones de la estantería desbaratada, a un hombre. Llevaba traje gris oscuro, era delgado, tenía grandes orejas y parecía muy aturdido. Observó también que tenía raspones en la cara y en las manos.
-Bueno -le dijo el doctor, que era un hombre aplomado -podríamos tomar un tecito, mientras conversamos.

Un libro apócrifo de Aldous Huxley


No existe lo fantástico: todo es real.
André Breton

En el comienzo hay alguien que parte, en un tren. Se describe la estación, y el andén. Es de mañana en el primer párrafo. Lo cual no impide que el segundo comience con la siguiente frase: La luna reina serenamente en un cielo violeta, sobre las nubes.
El argumento me cautiva. Trata de un hombre gusta de vivir del modo más agradable que sea posible, viajar y gozar de las exposiciones de arte, del mejor licor y de las diversiones. En las últimas páginas, descubrimos que el protagonista sufre un desdoblamiento, por el cual, no es él quien goza de los placeres sino otro hombre, que habita en su interior, y lo utiliza como vehículo de sus impulsos.
Entonces el personaje lleva sobre sus hombros la parte más pesada de los placeres del otro: así, cuando quien habita dentro de él decide trasladarse de un lugar a otro, es él quien debe sufrir el peso del camino, haciendo de caballo. Sin embargo, exteriormente se viste y perfuma como si de verdad él fuera el otro.
Hoy, él y el otro van a salir a dar un paseo por el bosque, a caballo.
Meditando tristemente, da los últimos toques a sus brillantes botas y a sus breeches. Comprende que de esa forma sólo está vistiendo al otro, que se ha posesionado de una manera tiránica de su voluntad, no a sí mismo.
Trata de escapar y de mirarse, pero no puede, ya que una oftalmanía lo obliga a fijar su vista en una mosca que se ha posado sobre una pared, y le es imposible apartar los ojos de ella.
Afuera, se oye el gorjeo de los pájaros. Amanece.

En la cárcel de Córdoba, una tarde calurosa de 1980.

Sangre fría

Lo maté de un solo tiro.
Después, con mi cuchillo de caza, le corté la cabeza y la tiré hacia atrás; sin darme vuelta a mirar dónde caía, pedí tres deseos.
Finalmente me fui a desayunar (café con leche con chipaquitos) al bar de la estación YPF.
Me percaté recién, a través del vidrio sucio, que al salir había dejado desierta la sala de videojuegos.

El tango que me llevó


Me fui a caminar por entre las callejuelas de Villa Siburu en busca de una casita humilde para alquilar. Había dejado sólo por un momento a mis hijas, con ese objeto. Mientras conversaba con una señora intuí que algo le sucedía a la más pequeña. Regresé presuroso y la encontré llorando.
Había vomitado sobre el cubrecama donde durmiera, y el suelo.
Resignadamente limpié todo, asombrado interiormente por el modo en que mi hija había percibido mi ausencia.
Cuando regresó Cecilia salí de nuevo tratando de hallar una peluquería.
Era una noche nublada. Mientras reflexionaba parado en una esquina acerca del camino a seguir, me apoyé en el ventanal tapiado de una casa abandonada y me puse a cantar un tango. De tras la pared me contestó el eco -eso creí, al principio. Me gustó el efecto, y una y otra vez repetí frases del tema ("Vuelvo al Sur"), para provocar al eco. Me quedé pasmado, ustedes se imaginarán, cuando habiéndome callado, el eco siguió cantando aquel tango que iniciara, hasta agregar una estrofa completa.
En ese momento cruzaba por la esquina un agricultor, de quien me daba cuenta que hacía tiempo me quería conocer. "Al sólo efecto de participarle" la rara situación, lo llamé. Se acercó contento, pues la oportunidad de entablar relación se había presentado. Un hombre robusto, seguramente de origen italiano, como de cuarenta años.
Me explicó que esto era un fenómeno frecuente, producto según él de que allí mismo había muerto un estudiante de magia. Me invitó a su casa. En el umbroso living estaban a mi lado, sobre unos fofos sillones, además de mi nuevo conocido su esposa y sus hijos, todos ellos gente muy agradable.
Particularmente me agradó e inquietó la hija del agricultor, quien fijaba sus ojos azules en mí todo el tiempo. No se molestaron cuando les dije que no gustaba de tomar nada, pero me fue imposible eludir el disfrute de un par de masitas.
Cuando regresaba, cerca de la Terminal vi una peluquería abierta y me introduje. Antes miré el reloj: la una y cuarto de la madrugada. No hallé al peluquero. Estaba por retirarme cuando por una entrada lateral se presentó de un modo truculento un peluquero skin head. Sólo para darme una tarjeta rosada, con los horarios de atención -que no incluían al presente- y ofrecerme además los servicios de su esposa como hechicera.
Cecilia me dijo al llegar a casa que debía desconfiar de los hijos del agricultor. Según su criterio, el "estudiante de magia" que reproducía mi voz desde el interior de la casona en ruinas, era él. O ella, Cecilia sostenía que todos eran andróginos, pues manejaban de un modo artero las energías de la tierra.

Recuerdo todos estos sucesos desde un siniestro bar, en la Costa del Marfil, mientras cantan unos mariachis importados, y en la cabecera de mi mesa bromea con uno y otro esa morena joven, flaca, sensual. Sé que no es ella, pues bajo de esa manifestación estoy reconociendo la energía vital de la hija del agricultor, a quien conozco ya demasiado bien; tiene la camisa abierta y escapan un poco sus pechos medianos y largos, morenos, duros. Le indico esto pues supongo que no se dio cuenta y al advertirlo la molestará. Mas ella me dice que no lo piense, por el contrario se siente muy cómoda así.
Ella ha logrado quitarme de mi casa, usando los ecos del tango.
Partido mi corazón, no atina sin embargo al regreso -aunque tampoco dispongo de un centavo para ello. Compungido al extremo por mi suerte, no me queda otro camino, entonces, que llorar.

La Cultura

A Mempo Giardinelli


Cuando conseguí escalar los peldaños de piedra de La Cultura luego de intentarlo por caminos cerrados durante muchos años, me sobrecogió una escena impresionante.
Hacía frío. En su cima -era muy alto- llegué a sentarme completamente desnudo.
Desde allí se veía la mera Tierra, mas los otros edificios habían desaparecido.
Todo era un desierto. Las nubes se habían convertido en gases de color violeta pálido, y envolvían al mundo hasta donde se podía ver.
Cuando percibí las nubes nuestro cielo estaba tibio, ya no sentí más frío.
Entonces arribó un pájaro muy grande, parecido al cóndor. Y desplegando sus alas, se me acercó para dejar caer un envoltorio de trapo muy rústico.
Lo tomé y lo abrí.
Adentro había un manojo de tierra, y unos granos rugosos, pinteados de color ocre. Después ya no pude ver, pues me quedé dormido.
Al despertar me encontré cubierto, por una enredadera en flor. Campanas rojas se apoyaban en mi frente, y en el centro mismo de la planta respiraba una flor blanca.
Desde la distancia me pareció que el sol inspiraba a esa planta un cierto fulgor.
Y en tal instante mi corazón se sintió feliz y muy contento, de una manera que jamás antes había presentido.

Dinaleh

Corazón y latido no son dos cosas, sino dos palabras.
Julio Cortázar

Dinaleh se presenta cada tarde en casa de Froilán. Se ha vuelto igual que el crepúsculo.
Cada vez que ella entra Luis Alberto Spinetta se pone a cantar con Fito Páez Asilo en tu corazón y Froilán tiembla, de placer y de temor.
La primera vez que se unieron a duras penas pudo salir de ella. Se fue llevando uno de sus pies. Luego de la tercera se resignó a aceptar la fatal condición de aquel amor.
Hoy ha venido hermosa con sus cabellos al aire, el sol tranquilo la trasciende; Froilán se limita a contemplarla con arrobo, ha perdido todo movimiento. Dinaleh lo envuelve y apaga el televisor, una lasitud dulce le enerva todos los sentidos, es feliz.
Esa tarde Dinaleh se queda a vivir en la casa de Froilán. Sola, con su corazón.


Fernández, agosto de 1988.