cueRtos

sábado, enero 31, 2009

Hembra


Felipe estaba solo. Muy solo. Por eso le pareció un sueño cuando la muchacha aceptó bailar con él. (Y más sueño le parecería luego, cuando aceptara ir a su rancho).
Nadie la conocía. Las escasas mujeres del poblado la miraron con odio. Y los hombres lo miraron a él con envidia, cuando se la llevó. Necesitó dos tubos de ginebra para animarse, pero lo hizo.
Nunca gozó Felipe deleites tan hondos y sostenidos como esa noche, en su cama. Entre vahídos de placer le pidió, en la oscuridad: "¡quédate a vivir conmigo!" Ella aceptó.
En la rosada penumbra de la paloma Felipe recordó la noche pasada, y percibió el bulto del cuerpo a su lado. Como quien constata la materialidad de su dicha estiró la mano. Tocó una piel peluda. De un salto, se levantó.
El grito debe haber asustado al animal, pues abandonó la cama con la velocidad de un relámpago.
Dando un brinco poderoso la mula salió por la ventana. Felipe, con la boca abierta, la vio perderse, entre las retamas.