cueRtos

viernes, marzo 25, 2005

Amor perfecto


Estoy enamorado, y soy correspondido. Esta vez será para siempre, me siento seguro de ello. Las pautas que hemos fijado para nuestra relación capitalizan experiencias de fracasos anteriores, y no nos permitirán fallar. Los resultados están a la vista.

Hace tres años que nos conocemos, y nunca hemos peleado. Nunca una diferencia por nada, nunca un desacuerdo. Nuestro diálogo es profundo y acrecentador, además de respetuoso.
Ella me dice lo que piensa, in-extenso, y si hay algo que me fastidia o estoy en desacuerdo, no contesto en el acto. Me tomo mi tiempo para pensar. Y luego de madurar cada palabra que le diré recién doy mi opinión.
De tal modo evito herirla... Ella hace igual conmigo.
Hace tres meses nos hemos casado. Sin ceremonia de ningún tipo: para nosotros fue sólo una cuestión de papeles. Mucho antes ya nuestro amor estaba consolidado.
Somos felices. Yo le cuento mis inquietudes más íntimas, ella me dice luego -y le creo- que las comprende. Agrega las suyas propias, además de contarme las técnicas que usa en sus bordados, los secretos de su cocina.
Cerca ya de los cincuenta, hemos encontrado el equilibrio sentimental perfecto. Eso sí, establecimos para nuestro matrimonio una norma de hierro: no convivir jamás.
Ella vive en Santa Fe, yo en Santiago del Estero. La conocí por correo. Y así pensamos seguir nuestra relación, hasta la muerte.

Amnesia


-Yo escribo para olvidar -sostenía un poeta amigo de mi padre.
Procuraba justificar así, quizá, sus faltas de ortografía. Pues sus escritos prescindían fatalmente de puntos, comas, haches, acentos o distinción alguna entre "ve" cortas o "be" largas. Posted by Hello

Fernández por la ventana de mi taller


Una tarde diáfana de principios del invierno. El sol cayendo despacio, ilumina las hojas de los árboles con un amarillo transparente. Las paredes blancas de las casitas, facetadas por las sombras difuminadas y los reflejos rojos de las tejas. Verjas con lajas, verjas con revoques rugosos, con rejas blancas, con rejas rojas. Un quiosco. La columna del alumbrado como un gigante flaco abriendo los brazos: sobre uno de ellos, un pájaro. Cables, hacia el sur y hacia el norte, cruzando postes negros a través de aislantes de loza fusiformes, subiendo, bajando, entrando y saliendo de las casas. Un perro que ladra en las cercanías -siempre hay un perro que ladra, aquí. Rumor de autos lejanos; alguno pasa de a ratos por frente al rectángulo de la ventana. Cuando pasan, levantan un polvillo moroso que cambia el ambiente por unos instantes, formando una niebla leve que tamiza la luz ya distante del sol. Gajos oscuros de paraísos, saturados de pocotos amarillos que parecen absorber todo el resplandor del ocaso. Contrastes agudos entre los racimos de hojas iluminadas y los que le siguen inmediatamente debajo; verde brillante, amarillo, y sombra; verde oscuro y sombra. Un pollo bermejo holgazanea por entre el césped cuidado del jardín de enfrente. Dos caballos sufridos y marrones pastan tranquilamente entre la vereda y el pavimento, seleccionando cuidadosamente las hierbas. Varios niños juegan y corren, llenando de grititos alegres el silencio, antes cargado de sonidos opacos. Prendo la radio para escuchar música. Me entero de que están atacando con misiles -un millón de dólares cada uno- al país de Gilgamesh.